Perché non c'è più chi divida il pane e il vino,
Né chi coltivi erbe in bocca al morto,
Né chi sappia aprire i lini del riposo,
Né chi pianga per le ferite degli elefanti.
Non c'è che un milione di fabbri
Che forgiano catene per i bambini del futuro.
Non c'è che un milione di carpentieri
Che fanno bare senza croce.
Non c'è che una folla di lamenti,
Le vesti aperte alla pallottola.
Ma il vecchio dalle mani trasparenti
Dirà: amore, amore,
Acclamato da milioni di moribondi;
Dirà: amore, amore, amore,
Nel tessuto tremante di tenerezza;
Dirà: pace, pace, pace,
Fra brividi di coltelli.
Perché vogliamo il pane di ogni giorno,
Fiore d'ontano ed eterna tenerezza sgranata.
Perché vogliamo che si compia la volontà della Terra
Che per noi tutti ha frutti da donare.
Né chi coltivi erbe in bocca al morto,
Né chi sappia aprire i lini del riposo,
Né chi pianga per le ferite degli elefanti.
Non c'è che un milione di fabbri
Che forgiano catene per i bambini del futuro.
Non c'è che un milione di carpentieri
Che fanno bare senza croce.
Non c'è che una folla di lamenti,
Le vesti aperte alla pallottola.
Ma il vecchio dalle mani trasparenti
Dirà: amore, amore,
Acclamato da milioni di moribondi;
Dirà: amore, amore, amore,
Nel tessuto tremante di tenerezza;
Dirà: pace, pace, pace,
Fra brividi di coltelli.
Perché vogliamo il pane di ogni giorno,
Fiore d'ontano ed eterna tenerezza sgranata.
Perché vogliamo che si compia la volontà della Terra
Che per noi tutti ha frutti da donare.
Language: Spanish
La poesia originale
GRITO HACIA ROMA
(DESDE LA TORRE DEL CRYSLER BUILDING)
Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
(DESDE LA TORRE DEL CRYSLER BUILDING)
Manzanas levemente heridas
por los finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elefantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
Language: Italian
Traduzione della poesia originale di Carlo Bo
GRIDO A ROMA
(DALLA TORRE DEL CHRYSLER BUILDING)
Mele leggermente ferite
da sottili spadini d'argento,
nuvole lacerate da una mano di corallo
che porta sul dorso una mandorla di fuoco,
pesci d'arsenico come pescecani,
pescecani come gocce di pianto per accecare la folla,
rose che feriscono,
e aghi installati nei tubi del sangue,
mondi nemici e amori coperti di vermi
cadranno su di te. Cadranno sulla gran cupola
che ungono d'olio le lingue militari
dove un uomo orina in una splendente colomba
e sputa carbone masticato
circondato da mille campanelli.
Perché non v'è più chi divida il pane e il vino
né chi coltivi erbe in bocca al morto
né chi apra i lini del riposo
né chi pianga per le ferite degli elefanti.
Non c'è che un milione di fabbri
che fabbricano catene per i bambini del futuro.
Non c'è che un milione di carpentieri
che fanno bare senza croce.
Non c'è che una folla di lamenti
che aprono le vesti in attesa della pallottola.
L'uomo che disprezza la colomba doveva parlare,
doveva gridare nudo fra le colonne
e farsi un'iniezione per prendere la lebbra
e piangere un pianto così terribile
da fondere i suoi anelli e i telefoni di diamante.
Ma l'uomo vestito di bianco
ignora il mistero della spiga,
ignora il gemito della partoriente,
ignora che Cristo può dare ancora acqua,
ignora che la moneta brucia il bacio prodigioso
e dà il sangue dell'agnello al becco idiota del fagiano.
I maestri mostrano ai bambini
una luce meravigliosa che viene dal monte;
ma ciò che giunge è un insieme di cloache
dove gridano le oscure ninfe del colera.
I maestri indicano con devozione le enormi cupole profumate
ma sotto le statue non c'è amore,
non c'è amore sotto gli occhi di cristallo definitivo.
L'amore vive nelle carni lacerate dalla sete,
nella minuscola capanna che lotta con l'inondazione;
l'amore vive nei fossi dove lottano le serpi della fame
nel triste mare che dondola i cadaveri dei gabbiani
e nell'oscurissimo bacio pungente sotto i guanciali.
Ma il vecchio dalle mani trasparenti
dirà: amore, amore, amore,
acclamato da milioni di moribondi;
dirà: amore, amore, amore,
nel tessuto tremante di tenerezza;
dirà: pace, pace, pace,
fra brividi di coltelli e meloni di dinamite;
dirà: amore, amore, amore,
finché le labbra non gli diventeranno d'argento.
Intanto, intanto, ahi! intanto
i negri che portano via le sputacchiere,
i bambini che tremano sotto il pallido terrore dei direttori,
le donne affogate in olii minerali,
la folla di martello, di violino o di nube,
deve gridare finché le rompano la testa nel muro,
deve gridare di fronte alle cupole,
deve gridare pazza di fuoco,
deve gridare pazza di neve,
deve gridare con la testa piena di escremento,
deve gridare come tutte le notti insieme,
deve gridare con voce così lacerata
finché le città non tremino come bambine
e rompano le prigioni dell'olio e della musica,
perché vogliamo il nostro pane quotidiano,
fiore d'ontano e perenne tenerezza sgranata,
perché vogliamo che si compia la volontà della Terra
che dà i suoi frutti per tutti.
(DALLA TORRE DEL CHRYSLER BUILDING)
Mele leggermente ferite
da sottili spadini d'argento,
nuvole lacerate da una mano di corallo
che porta sul dorso una mandorla di fuoco,
pesci d'arsenico come pescecani,
pescecani come gocce di pianto per accecare la folla,
rose che feriscono,
e aghi installati nei tubi del sangue,
mondi nemici e amori coperti di vermi
cadranno su di te. Cadranno sulla gran cupola
che ungono d'olio le lingue militari
dove un uomo orina in una splendente colomba
e sputa carbone masticato
circondato da mille campanelli.
Perché non v'è più chi divida il pane e il vino
né chi coltivi erbe in bocca al morto
né chi apra i lini del riposo
né chi pianga per le ferite degli elefanti.
Non c'è che un milione di fabbri
che fabbricano catene per i bambini del futuro.
Non c'è che un milione di carpentieri
che fanno bare senza croce.
Non c'è che una folla di lamenti
che aprono le vesti in attesa della pallottola.
L'uomo che disprezza la colomba doveva parlare,
doveva gridare nudo fra le colonne
e farsi un'iniezione per prendere la lebbra
e piangere un pianto così terribile
da fondere i suoi anelli e i telefoni di diamante.
Ma l'uomo vestito di bianco
ignora il mistero della spiga,
ignora il gemito della partoriente,
ignora che Cristo può dare ancora acqua,
ignora che la moneta brucia il bacio prodigioso
e dà il sangue dell'agnello al becco idiota del fagiano.
I maestri mostrano ai bambini
una luce meravigliosa che viene dal monte;
ma ciò che giunge è un insieme di cloache
dove gridano le oscure ninfe del colera.
I maestri indicano con devozione le enormi cupole profumate
ma sotto le statue non c'è amore,
non c'è amore sotto gli occhi di cristallo definitivo.
L'amore vive nelle carni lacerate dalla sete,
nella minuscola capanna che lotta con l'inondazione;
l'amore vive nei fossi dove lottano le serpi della fame
nel triste mare che dondola i cadaveri dei gabbiani
e nell'oscurissimo bacio pungente sotto i guanciali.
Ma il vecchio dalle mani trasparenti
dirà: amore, amore, amore,
acclamato da milioni di moribondi;
dirà: amore, amore, amore,
nel tessuto tremante di tenerezza;
dirà: pace, pace, pace,
fra brividi di coltelli e meloni di dinamite;
dirà: amore, amore, amore,
finché le labbra non gli diventeranno d'argento.
Intanto, intanto, ahi! intanto
i negri che portano via le sputacchiere,
i bambini che tremano sotto il pallido terrore dei direttori,
le donne affogate in olii minerali,
la folla di martello, di violino o di nube,
deve gridare finché le rompano la testa nel muro,
deve gridare di fronte alle cupole,
deve gridare pazza di fuoco,
deve gridare pazza di neve,
deve gridare con la testa piena di escremento,
deve gridare come tutte le notti insieme,
deve gridare con voce così lacerata
finché le città non tremino come bambine
e rompano le prigioni dell'olio e della musica,
perché vogliamo il nostro pane quotidiano,
fiore d'ontano e perenne tenerezza sgranata,
perché vogliamo che si compia la volontà della Terra
che dà i suoi frutti per tutti.
Contributed by Maria Cristina Costantini - 2015/6/28 - 17:47
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basata sulla poesia "Grito hacia Roma"
Riprendo l'introduzione da "La Zamarra de Gustavo:
La poesia è una serie denunce contro la Chiesa Cattolica degli anni '20, a cominciare dall'alleanza con il regime fascista di Mussolini, la cecità della Chiesa di fronte alla fame delle moltitudini, la sua orribile opulenza e ipocrisia, la repressione morale (Lorca, credente ed omosessuale la conosceva bene) e allo stesso tempo chiede alla Chiesa di volgere lo sguardo verso chi soffre.
Così il nostro Garcia Lorca, amico dei neri e dei gitani, capitano di poesia (come scriveva Celso Emilio) dirigeva il suo grido verso Roma.