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Canto de guerra de las cosas

Joaquín Pasos
Lingua: Spagnolo


Lista delle versioni e commenti


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[1943-44]
Versi del poeta nicaraguense Joaquín Pasos (1914-1947), fiero oppositore della dittatura dei Somoza, feroci padroni del paese dagli anni 30 fino alla rivoluzione sandinista del 1979.



Nella raccolta "Breve suma", pubblicata all'indomani della sua prematura morte (distrutto dalla malattia, dall'alcol e dall'inquietudine), e poi in "Poemas de un joven", progetto realizzato nel 1962 da Ernesto Cardenal (1925-), poeta, sacerdote (sospeso a divinis da papa Giovanni Paolo II nel 1983), ministro sandinista e teologo nicaraguense.



Trovo il testo completo di questo suo Canto in una raccolta edita dalla UNAM, Università di Città del Messico, nel 2008, con una vecchia prefazione di Julio Valle-Castillo (1952-), anch'egli poeta ed artista nicaraguense.

Evidentemente, il cantautore svedese Kjell Höglund non è stato l'unico artista ad esprimersi frequentemente in modo, diciamo, articolato e complesso. Ma nel caso di Joaquín Pasos la complessità è ancora maggiore perchè il discorso è poetico e la sua poesia appartiene al movimento dell'Avanguardia, intrecciato col Futurismo ed il Surrealismo europei.

Il Canto de guerra de las cosas è un lungo sermone, introdotto dalla citazione di un passo della Lettera di San Paolo ai Romani, contro il genere umano che ha riservato i suoi sforzi non in direzione dell'amore ma dell'odio, che ha fatto delle Terra non il Regno di Dio ma il regno della guerra. D'altra parte, tutta la vita di Joaquín Pasos, dalla tenera infanzia fino alla morte, è trascorsa nella guerra e nel dopoguerra e nel tra una guerra e l'altra... La canzone della guerra delle cose è la piena espressione dell'angoscia esistenziale di Joaquín Pasos: la lotta contro quel complice della morte che è il tempo; la consapevolezza della caducità dell'uomo, aumentata esponenzialmente dalle guerre mondiali: l'uomo e il mondo determinati verso la distruzione, verso la disintegrazione, coltivando la propria morte: un immenso giardino di morti che fiorirà di morti e ancora morti
(liberamente tradotto dall'introduzione di Valle-Castillo).



Existimo enim quod non sunt condignae passiones hujus temporis ad futuram gloriam, quae revelabitur in nobis.
Nam exspectatio creaturae revelationem filiorum Dei exspectat.
Vanitati enim creatura subjecta est non volens, sed propter eum, qui subjecit eam in spe:
quia et ipsa creatura liberabitur a servitute corruptionis in libertatem gloriae filiorum Dei.
Scimus enim quod omnis creatura ingemiscit, et parturit usque adhuc.

PAULUS OD ROM. 8,18-23


Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel del niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero…
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.

El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.

Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo al que no puede herir otro cuchillo.

Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas…
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!

Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones de baquelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha sostenido una estatua.

Los marineros están un poco excitados. Algo les turba su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor Capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.

Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No pasa nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.

No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las de navegar.
Todos los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasma de bandera para ser pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.

Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio, con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo,
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos,
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo,
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio, con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de líquido,
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.

Somos la orquídea del acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la espada,
somos una vegetación de sangre.
Somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un inmenso jardín de muertes.

Como la enredadera púrpura de filosa raíz
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.

Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arcoiris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.

Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia un aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.

Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.

Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que viste en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tú, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas,
tú que miraste a un caballo del tivovivo sobre la verja
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.

Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera sonámbula sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficiente para morir las semillas del cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.

¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo!

Por fin. Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.

Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado en seco.

No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos,
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de huérfanos.
Es el dolor entero.

No pueden haber lágrimas ni duelo,
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
puedes pasar, en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.

inviata da Bernart Bartleby - 23/5/2019 - 21:57



Lingua: Italiano

In questo caso risparmio a Riccardo di trascorrere altre tre giorni in traduzione e propongo quella di Antiniska Pozzi pubblicata su Mediumpoesia
CANTO DI GUERRA DELLE COSE

Quando sarete vecchi, rispetterete la pietra,
se vecchi diventerete,
se pietre saranno rimaste.
I vostri figli ameranno il vecchio rame,
il ferro leale.
Accoglierete gli antichi metalli nel seno delle vostre famiglie,
tratterete il nobile piombo con la dignità che corrisponde al suo carattere dolce;
con lo zinco vi riconcilierete dandogli un nome morbido;
con il bronzo, considerandolo fratello dell’oro,
perché l’oro non andò in guerra per voi,
l’oro rimase, per voi, giocando il ruolo del bimbo viziato,
rivestito di velluto, avvolto, protetto dall’acciaio resistente…
Quando sarete vecchi, rispetterete l’oro,
se vecchi diventerete,
se oro sarà rimasto.

L’acqua è l’unica eternità del sangue.
La sua forza, fatta sangue. La sua inquietudine, fatta sangue.
Il suo violento desiderio di vento e cielo,
fatto sangue.
Domani diranno che il sangue è divenuto polvere,
domani sarà secco il sangue.
Non il sudore, né lacrime, né piscio
potranno riempire l’incavo del cuore vuoto.
Domani invidieranno la pompa idraulica che pulsa,
la costanza viva di un rubinetto,
il liquido denso.
Il fiume si prenderà cura dei reni compromessi
e in mezzo al deserto le ossa sulla croce chiederanno invano che l’acqua torni ai corpi degli uomini.

Datemi un motore più forte del cuore di un uomo.
Datemi un cervello di macchina che possa essere trafitto senza dolore.
Datemi un corpo di metallo fuori e dentro un altro corpo di metallo
come quello del soldato di piombo che non muore,
che non ti chiede, Signore, la grazia di non essere umiliato dalla tua opera,
come il soldato dalla carne tenera, nostro debole orgoglio,
che per il tuo giorno offrirà la luce dei suoi occhi,
che per il tuo metallo accoglierà una pallottola nel petto,
che per la tua acqua restituirà il suo sangue.
E che vuol essere come un coltello, cui altro coltello non può far male.

Questa calce del sangue incorporata alla mia vita
sarà la calce della tomba incorporata alla mia morte,
perché qui c’è il futuro avvolto in carta stagnola,
qui c’è l’umana ragione sotto forma di piccole bare,
e la mitragliatrice ancora brucia di desideri
e attraverso i secoli resta fedele l’amore del coltello per la carne.
E poi, dite se il raccolto dei proiettili non è stato abbondante,
se i campi non sono seminati di baionette,
se le granate non sono esplose nel tempo…
Dite se c’è un pozzo, un buco, un nascondiglio
che non sia fertile culla di bombe robuste;
dite se questo diluvio di fuoco liquido
non è più bello e più terribile di quello di Noè,
senza che ci sia un’arca d’acciaio che resista
né un aereo che torni con il ramo d’ulivo!
Voi, dominatori del vetro, guardate qui i vostri vetri fusi.
Le vostre case di porcellana, i vostri treni di mica,
le vostre lacrime avvolte nel cellophane, i vostri cuori di bachelite,
i vostri ridicoli e maleodoranti piedi di gomma,
tutto si scioglie e corre al richiamo di guerra delle cose,
come si scioglie e fugge nel rancore l’acciaio che fu statua.

I marinai sono un po’ turbati. Qualcosa turba il loro viaggio.
Guardano oltre bordo e scrutano l’acqua,
si affacciano sulla torre e scrutano l’aria.
Ma non c’è niente.
Non ci sono pesci, né onde, non stelle, né uccelli.
Signor Capitano, dove stiamo andando?
Lo scopriremo dopo.
Quando saremo arrivati.
I marinai vogliono gettare l’ancora,
i marinai vogliono sapere cosa accade.
Ma non è niente. Sono un po’ turbati.

L’acqua di mare ha un sapore più amaro,
il vento del mare è troppo pesante.
E non cammina la barca. Si è fermata nel mezzo del viaggio.
I marinai si chiedono che succede? con le mani,
hanno perso la parola.
Non è successo niente. Sono un po’ turbati.
Mai più niente succederà. Non getteranno mai l’ancora.

Non c’era bisogno di cercarla nel mazzo di carte o nei giochi della Cabala.
In tutte le carte era, in quelle d’amore e in quelle di navigazione.
Tutti i segni portavano il suo segno.
Alzava la sua bandiera senza colore, fantasmi di bandiera per essere dipinta con colori di sangue di fantasma,
bandiera che quando galleggiava nel vento sembrava galleggiare il vento.
Andava e veniva, andava nel venire, veniva andando, come se stesse per arrivare.
Saliva, poi scendeva in mezzo alla folla e baciava ogni uomo.
Accarezzava ogni cosa con le sue morbide dita da scultrice d’avorio.
Quando passava un tram, lei passava sul tram;
quando una locomotiva passava, lei era seduta sul corno.
Passava davanti al vetro di tutte le vetrine,
sul fiume di tutti i ponti,
attraverso il cielo di tutte le finestre.
Era la stessa vita che galleggia cieca per le strade come una nebbia ubriaca.
Stava accanto a tutte le mura come un esercito di mendicanti,
era un diluvio nell’aria.
Era tenace, e anche dolce, come il tempo.

Con la voce opaca di un amore infranto senza rimedio,
con il vuoto di un cuore in fuga,
con l’ombra del corpo
con l’ombra dell’anima, appena un’ombra di vetro,
con lo spazio vuoto di una mano senza padrone,
con le labbra ferite
con le palpebre senza sonno,
con la parte di petto dove è seminato il muschio del risentimento
e il narciso,
con la spalla sinistra
con la spalla che reca i fiori e il vino,
con le unghie che sono ancora dentro
e non sono uscite,
con il futuro senza premio con il passato senza punizione,
con il respiro,
con il sibilo,
con l’ultimo morso di tempo, con l’ultimo sorso di liquido
con l’ultimo verso dell’ultimo libro.
E con quello che sarà straniero. E con quello che fu mio.

Siamo l’orchidea d’acciaio,
fiorimmo nella trincea come muschio sul filo della lama,
siamo una vegetazione di sangue,
siamo fiori di carne che gocciolano sangue,
siamo la morte appena potata
che farà fiorire morti e più morti fino a fare un immenso giardino di morti.

Come la vite viola dalla radice affilata,
che taglia il cuore e si semina nel sangue limaccioso
e si alza e cade secondo la sua pericolosa marea.
Così abbiamo inondato il petto dei vivi,
siamo la giungla che avanza.

Siamo la terra presente. Vegetale e putrefatta.
Palude corrotta che fa bolle di farfalle e arcobaleni.
Dove sorge il tuo guscio sono le nostre ossa piangenti,
il nostro luminoso dolore nella carne viva,
oh nostra terra santa e odorosa,
humus umano.

Dall’ombra sale il mio sguardo avido,
il mio vecchio occhio lento, già seccato,
dal fondo di una nota vertigine
senza nero e senza colore completamente cieco.
Salgo come una talpa verso un’aria
che profuma di vista,
l’occhio del mio odore, e il pipistrello
fatto solo di suoni.
Qui la pietra è pietra, ma nemmeno il tocco sordo
può immaginare se andiamo o veniamo,
ma veniamo, sì, dal mio fondo denso,
ma andiamo, ci dispiace, con le dita corrotte
e in questo crudele mutismo che vuole cantare.

Come un’alba improvvisa che il sangue attira
irrompe il desiderio violento di soffrire,
e poi il pianto scorrendo come l’unghia dalla carne
e il cuore rabbioso che abbaia alla porta.
E sulla porta un secchio che risuona
e un sentiero verde sotto i piedi fino al pozzo,
ancora più profondo, fino all’acqua,
e nell’acqua una parola samaritana
ancora più profondo, fino al bacio.
Dal mare opaco che mi spinge
porto nel mio sangue l’incavo dell’onda,
l’incavo della sua fuga,
un precipizio di sale sedimentato.
Se porto qualcosa da dire, perdonatemi,
l’ho dimenticato nel bel cammino.
Per trascuratezza ho mangiato la schiuma,
Perdonatemi, che giungo innamorato.

Dietro di te sono ora spensierate, dolci cose.
Passeri morti, alberi senza linfa.
Edera appassita. Un odore di memoria.
Non c’è niente di preciso, niente di buono o cattivo,
e sembra che la vita sia partita per la terra dei tuoni.
Tu, che hai visto in un vaso di fiori il colpo di questa forza,
tu, l’ospite al vento in festa.
tu, padrona di un pappagallo e un veicolo di agili ruote, sull’inferriata
tu che hai guardato un cavallo di giostra
e stare sull’erba in attesa che lo cavalchino i bambini della scuola,
partecipa ora, con occhi pallidi, a questa natura morta.

I frutti non maturano in quest’aria addormentata.
se non lentamente, tanto da sembrare appassiti,
e anche gli insetti errano in questa primavera sonnambula, senza senso.
La natura ha il marito assente.
Non hanno forze sufficienti per morire i semi della coltura
e la loro morte si sente come il filo di sangue che scende dalla bocca dell’uomo ferito.
Rose zitelle, fiori che sembrano usati nella festa dell’oblio,
fievole odore di tombe, d’erbe che muoiono sui marmi incisi.
Nemmeno un pianto. Nemmeno la voce di un passero o di un bambino
o il suono di un furioso assassino con il suo coltello.
Cosa daresti oggi per avere l’abito macchiato di sangue!
Cosa daresti per trovare un nido abitato!
Cosa daresti perché seminassero nella tua carne un figlio!

Infine, Signore degli Eserciti, ecco il dolore supremo.
Ecco, senza pietà, senza sotterfugi, senza versi,
il vero dolore.
Finalmente, Signore, ecco davanti a noi il dolore fermo e sorpreso.
Non è un dolore per i feriti o i morti,
né per il sangue versato, per la terra piena di lamenti
né per le città vuote di case né per i campi pieni di orfani.
E’ tutto il dolore.
Non possono avere lacrime nè lutto
né le parole né i ricordi,
niente più è nel petto.
Tutti i rumori del mondo formano un grande silenzio.
Tutti gli uomini del mondo formano un unico spettro.
In mezzo a questo dolore, soldato, resta il tuo posto
vuoto o pieno.
Bucate sono le vite di quelli che restano,
hanno vuoti completi,
come se avessero morso la carne dai loro corpi.
Affacciati su questo vuoto, questo che ho nel petto,
per vedere cieli e inferni.
Guarda la mia testa spaccata da migliaia di buchi:
attraverso ci brilla un sole bianco, una stella nera.
Tocca la mia mano, questa mano che ieri ha tenuto un acciaio:
puoi passarci nell’aria, in mezzo, le tue dita!
Ecco l’assenza dell’uomo, fuga della carne, di paura,
giorni, cose, anime, fuoco.
Tutto è rimasto nel tempo. Tutto è bruciato lì in fondo.

inviata da B.B. - 23/5/2019 - 22:06


Io ti ringrazio molto per la faticaccia risparmiata, BB. Non nascondo che in questi ultimi tempi, per vari motivi (alcuni immaginabili, altri meno perché derivanti dalla mia testa da sempre priva di diverse rotelle e con contemporaneo sviluppo ipertrofico di altre), sono rimasto indietro con una marea di cose. Il problema è che, poi, vengo come "catturato" da altre cose ancora e mi ci metto su come una macchina da guerra. E' anche, questo, un chiedere scusa a tutti voi e a questo sito in generale; sono, è vero, ondivago, scostante, meteoropatico, e tutto quel che si vuole. A un certo punto, sempre in questi giorni, ci si è messa nel mezzo anche la morte di Paolo Ciarchi, che per me e per la Daniela era un amico, un sodale, una persona cara; tutto un guazzabuglio di cose. Prendetemi per quello che sono, e quello che sono lo devo ancora capire io stesso. E non ci riuscirò. Scusa lo sfogo, scusate, un saluto a tutti.

Riccardo Venturi - 24/5/2019 - 13:43




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